martes, 10 de noviembre de 2009
MAB
Se habla mucho del principio de los tiempos, antes de que los seres humanos tuvieren memoria. Mab, la reina Madre de la “antigua religión” partera de las hadas, regidora de los elfos, los duendes y todos los seres maravillosos, hermana de la dama del lago, dueña y creadora de la naturaleza humana.
A ella evoco en estas líneas, con un suspiro entre las manos, del fondo de su carro hecho de una sola perla tome su velo azul, casi impalpable; el velo de los sueños retorne a cubrir mi mundo y envuelva los cuatro puntos cardinales para que la melancolía deje que las ilusiones tomen su rumbo a los cuatro vientos.
Lástima que los dioses mueren más rápido que los humanos, pues mientras uno puede deambular por el mundo como un zombi, los dioses como Mab mueren cuando deja de recordárseles. Yo hoy la recuerdo por todos aquellos que la cambiaron por la ilusión de un dios masculino, por el dios del cristianismo que acabó con las buenas costumbres celtas. Pues si bien Mab pudo ser obsesiva, vengativa, celosa, enamoradiza…casi humana, no deja de ser una deidad que nos representa como seres humanos, al menos ella nos hacía soñar con el amor, querer enamorarnos sin tener que estar en todas partes, sin infundir ese temor ciego que no cesa hasta matarte
Shakespeare la menciona en Romeo y Julieta en voz de Mercutio de la mejor manera:
Ya veo que te ha visitado la reina Mab,
la partera de las hadas. Su cuerpo
es tan menudo cual piedra de ágata
en el anillo de un regidor.
Sobre la nariz de los durmientes
seres diminutos tiran de su carro,
que es una cáscara vacía de avellana
y está hecho por la ardilla carpintera o la oruga
(de antiguo carroceras de las hadas).
Patas de araña zanquilarga son los radios,
alas de saltamontes la capota;
los tirantes, de la más fina telaraña;
la collera, de reflejos lunares sobre el agua;
la fusta, de hueso de grillo; la tralla, de hebra;
el cochero, un mosquito vestido de gris,
menos de la mitad que un gusanito
sacado del dedo holgazán de una muchacha.
Y con tal pompa recorre en la noche
cerebros de amantes, y les hace soñar el amor;
rodillas de cortesanos, y les hace soñar reverencias;
dedos de abogados, y les hace soñar honorarios;
labios de damas, y les hace soñar besos,
labios que suele ulcerar la colérica Mab,
pues su aliento está mancillado por los dulces.
A veces galopa sobre la nariz de un cortesano
y le hace soñar que huele alguna recompensa;
y a veces acude con un rabo de cerdo por diezmo
y cosquillea en la nariz al cura dormido,
que entonces sueña con otra parroquia.
A veces marcha sobre el cuello de un soldado
y le hace soñar con degüellos de extranjeros,
brechas, emboscadas, espadas españolas,
tragos de a litro; y entonces le tamborilea
en el oído, lo que le asusta y despierta;
y él, sobresaltado, entona oraciones
y vuelve a dormirse. Esta es la misma Mab
que de noche les trenza la crin a los caballos,
y a las desgreñadas les emplasta mechones de pelo,
que, desenredados, traen desgracias.
Es la bruja que, cuando las mozas yacen boca arriba,
las oprime y les enseña a concebir.
Alabemos entonces a Mab ésta noche, cantemos alrededor de una fogata en nuestra mente y hagamos revivir a los dioses que nos enseñan de nuestra humanidad. Así, tal vez si dejamos de lado al cristianismo, tal vez si aprendemos a ignorar sus reglas moralistas impuestas para conveniencia de unos cuantos, tal vez podamos reencontrarnos en un mundo como el que existe en los cuentos de la “antigua religión”, como el que existe tras el velo azul de la Reina Mab.
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